2009-04-08

Sepelio de la Mensajera ( II )

Su belleza sólo era rivalizada por el tormento en su corazón. El miedo dormía en su cama, la impotencia se había atado a ella por los brazos con cadenas de sueños frustrados, por los pies con grilletes de desidia, y por el cuello con correa de incertidumbre. Nunca volteaba a sus alrededores, siempre miraba al suelo como queriéndole pisar la cola al tiempo. Su mundo torcido y onírico se manifestaba hasta en los momentos de bendita euforia, opacados por la sombra de aquel hombre que le decía hija. A pesar de todo sabía amar a su familia, —su madre y su pequeño hermano que era casi su hijo— pero desconocía por completo lo que era amar a un hombre. Los que la conocían, se enamoraban de su sencillez y gracia divina. Las mujeres le tenían envidia y coraje puro, siempre buscando la manera de humillarla. Y nada de eso le importaba a ella, pues le era imposible corresponder un sentimiento, porque no sentía a su alma masticar ni digerir el calor, la amistad, el amor: una pasión por vivir.

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