2008-12-23

Croquetitas para la ánima II

La canícula de septiembre reunió a la ardilla, al conejo y al pastor alemán para una exquisita charla matutina bajo la sombra del abeto ocre.

—¡Ah, el humano, esa criatura tan curiosa y errática! ¿Cuál será el destino definitivo de semejante ser? —dijo el pastor alemán.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó la ardilla, mientras el conejo observaba en lúgubre silencio.
—Verás amigo, siendo yo un perro viejo y domesticado, he observado el comportamiento de aquellos que nos llaman "el mejor amigo", y a través de esos años, he visto cambiar sus actitudes. Uno de ellos solía dedicarse a proteger a la Madre Tierra y aseveraba así su destino como guardián de la vida. Otrora vio su causa perdida y por ello se dedicó a la política, así su fin era liderar a las masas hacia la utopia, con mano firme y benigna. Poco tiempo después, al apreciar que sus soberbios esfuerzos eran mermados por la corrupción y la apatía social, se tiró al suelo, miró los nimbos y en ellos un mensaje el cual en ventarrones le informó que su vida la debería entregar al Omnipotente... —el pastor se quedó perplejo por unos instantes, pues, en ese momento sus compañeros observaban a un humano lerdo intentando bajar el fruto de un manzano cercano a la barranca. La ávida criatura buscaba llegar a su objetivo ignorando sus alrededores.
—Pastor, su ejemplo, aunque aplica a varias condiciones humanas, es un caso aislado.—musitó el conejo —Veamos ahora a ese individuo, quien no se ha dado cuenta que a un lado del manzano descansa una escalera cuyo tamaño es idóneo para alcanzar su necesidad. ¿Qué os dice esto? —y miró a sus interlocutores.
—Por supuesto, su destino no puede ser otro más que elevarse sobre sí mismo, hasta el infinito si es posible, para hacer suyo el objeto de su deseo. —contestó impávida la ardilla.
—Bien dicho, pero hace falta sabiduría, esto es, experiencia que le permita ceñirse los ideales. —agregó el pastor.

Los tres animales notaron de pronto que el humano se había alejado del manzano, ahora en un extremo opuesto, sujetando una garrocha con ambas manos, y con sus ojos atiborrados de seguridad. Así el tipo corrió a toda velocidad directo al manzano y en el momento exacto al estar a escasos centímetros debajo de su copa, clavó la garrocha en el zacate y se elevó junto con ella por los aires, pasando al lado de su objetivo y finalmente cayendo en picada hacía el precipicio, donde le aguardaba la fría cadavérica.
Los animales, ante el asombro de tal evento, mirando todavía en la misma dirección, notaron a un cuervo posarse en la rama del manzano. El rapaz, habiendo escuchado toda la conversación, volteó a verles y graznó jovial: ¡El destino del humano es cagarse los calzoncillos!

Finis.

No hay comentarios: