‹‹ There's someone in my head but it's not me...››
¡Qué remedio! Jamás haberme dado cuenta de su presencia. Ella siempre ha estado allí. La primera vez que se apareció tendría yo escasos años, siete quizás, desde el primer rechazo —era fuerte, al menos no permitíame derramar lágrimas por asuntos del corazón—. Y dolió, sí, fue doloroso pero mis llantos se destinaban a las crueldades de la infancia —los empellones, los golpes, las burlas que calaban hasta el tuétano—.
Niño mimado, ausente el padre, la madre subyugándote, y tu hermana ¿qué era de ella entonces?
Camaradas, bicicletas, balompié, tardes de ocio, y juegos macabros, ¡cuánta felicidad de noche a la mañana! Tú siempre allí, milady, a toda hora, me susurrabas tiernas palabras y me condenaste a ser ¡por siempre tuyo!
Al volar hacia el norte, transmutando caras por bellos recuerdos, me seguiste con sigiloso estruendo, me arrullaste las penas con tu inconmensurable locura y desde entonces sabías que era sólo tuyo.
Me inundaste con tu melancolía e hinchaste mi carne en abundancia. Me acompañabas a la primaria, a la todavía viva iglesia donde ambos rezabamos ante la cruz del mártir. Jugabamos a la nada, ese sueño de vigilia: proyección sometida.
Un día, el semejante me invitó a jugar en los empolvados patios. ¡Te pusiste tan celosa! ¡Qué rabietas las tuyas! Emprendiste tu partida —poco a poco me olvidé de vos—.
Al cambio de voz, me adapté a esta tierra, y a pesar de mi ufanía vigilabas mis pasos con tu usual cautela. ¡Te regocijabas en observar al niño mutar en hombre y él tan ingenuo seguía sin saber tu nombre!
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