2009-03-03

Renixbece ( I )

Escasas horas, después de la tiza, los uniformes, las asambleas y los recreos. Las tardes desde la calle, en la parte posterior del último edificio, vista al cuarto piso, segunda ventana, la lámpara estilo oriental en el techo y esas cortinas beige traslúcidas jugaban con las sombras. Enfrente ahora, pasando la cancha de basquetbol, están las zotehuelas diminutas de los departamentos parecidos a los cajones en pares y en paralelo de un buró. Si le gritas sus ojitos se asoman, sonríen y atienden… Zaguán blanco, escaleras, y pisando el cuarto piso. Una diadema rosa con encaje blanco, cabello marrón llega a los hombros, un fleco noventero, otra vez los ojos jacarandosos ¡de miel! La nariz indiferente, la sonrisa picarona, el cuello esbelto y terso, tez nívea —desde entonces el amor por la porcelana—, el chaleco azul marino, la falda de rayas del mismo color y otros patrones crema, calcetas azul un tanto más claro, zapatillas negras. ¡Ay, mi coqueta ratoncita, tantos años y no te olvido!
Escasas horas, después del avión, aeropuerto, el taxi, los parientes, las charlas, el metro, el camión, el vulgo, y el puente de Las Brujas. La tarde desde la calle, en la parte posterior del edificio, vista al cuarto piso, segunda ventana, un foco de sesenta watts en el techo y esas cortinas como cajeta quemada que hacen de su luz un sol en ocaso. Un suspiro conectado a la memoria, un pestañeo del párvulo soñando. Ya no pasa enfrente, ¿dónde estará la flor que le sonrió a esta hoja?

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