
Cuando se vive rodeado de tecnología, tendemos a olvidar la existencia, —como si el concepto de "realidad" no fuera ya un tedio metafísico, se nos ocurre enajenar a la mente con resplandores radiactivos— y entregamos en bandeja de plata la individualidad del ser, listo para el banquete en el cual se regocijan los monigotes de trajes caros que fuman penes marrón. ¿Qué hay entonces de las forestas, las playas, el sol, la luna, el aire? ¿Dónde quedó el arte de antaño, los mensajes picarescos, las delicias espirituales, los decibelios verosímiles? Ya no disfrutamos de los primeros y me temo que ya no fabricamos los últimos. Corre una
lágrima furtiva por nuestras mejillas; organizemos un réquiem para los sueños que ya han muerto, sus cuerpos jamás sepultados, y sus espíritus en sempiterna vagancia.

¿A quién que ya no le alcacen los dedos de manos y pies para contar los años terrenales, se ha decepcionado de la fugacidad de los pasmos? ¿Quién, acaso, no ha sentido hasta el peso del alma en los hombros doblegados por el tiempo? ¿Quién de los mencionados no puede obtener la redención, el sublime rescate de la retrospección, porque teme caer en seco, saber que su vida no puede ser digna de llamarse obra?
** Publicado originalmente el lunes 29 de diciembre de 2008 **
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