I
Una de esas noches en las que uno duerme acompañado, —pero son tan solitarias— se levantó y se vio en el espejo del tocador que dividía su cama de la de su hermana. La superficie impura proyectó una cara de una joven blanquísima con chapetas bermejas y dos medias lunas cenicientas bajo las cuencas. Se examinaba bajo la tenue luz de la ventana tras su espalda. Nariz fina, labios abultados, mirada taciturna, semblante casi siempre inexpresivo como escultura prehispánica —es verdad, lo único que la delataba eran sus ojos—. No era la primera vez que se levantaba en la madrugada a pasarse juicio frente a su reflejo, mas esta vez era diferente —llega siempre un momento parecido después de tanta introspección—, pues ella escrutaba cada pliegue de su faz sin cavilar exactamente qué era lo que buscaba. Basta decir que las noches anteriores —todo fin de semana en especial, vaya usted a saber por qué—, su imaginación distorsionaba la imagen como la piedra que cae en un lago y cuyas ondas al cesar mostraban un arquetipo de una hermosa japonesa —pobres mujeres, ¡amén!, viven abatidas por un concepto nimio de belleza—. Ya veía caer la piedra, —¡plop!— cayó, pero sus aguas quedaron inmóviles y vio en su ojo izquierdo aquello que se iba sumergiendo. Cornea, iris, pupila; espejo, cornea, iris pupila; un párpado somnoliento, un sentimiento de estoico arrebato y el sueño, oh, el sueño.
II
‹‹ Ésa fue la última vez que dormiste bien… ››
‹‹ Ésa fue la última vez que dormiste bien… ››
Empezó a hablar de sí misma en tercera persona. —Sonia desea comer —decía. Todos se le quedaban viendo extrañados, pero seguía hablando así. Un día un compañero de clase le preguntó:
— Y bueno, ¿quién eres tú?
— Yo soy yo.
— Ah, mira qué sorpresa. ¿Y quién es Sonia?
— No lo sé.
Ese nombre le sonaba tan ajeno a su persona, sin embargo, jamás prescindía de él.
— Sonia, ¿quieres ir al cine?
— Sonia no está —decía cabizbaja.
— ¿Dónde está?
— A veces se va sin avisar.
— ¿Y tú quieres ir entonces?
— Sin Sonia... imposible.
Cafetería, uno de esos tantos días:
— Me desespera tu amiga
— ¿Quién? ¿Ella?
— Sí, siempre que te saluda parece que anda perdida.
— Quizás, es que siempre está buscando a Sonia.
— ¿Eh?
— Sí, se le va sin avisar, eso suele decirme. Tú sabes que cuando se te va es difícil de rastrear.
— ¿De qué hablas?
— De ella, naturalmente.
— No creo entenderte, Sonia estaba aquí hace un minuto.
— No, a Sonia no la he visto en todo el día. Me pregunto dónde está.
Una vez más, las mesitas para comer.
— Y bueno, las cosas han estado mejor desde que pude hablar con el profesor. Me dio muy buena asesoría, quizás para el próximo año... —le dijo una mientras ella miraba el hueco que era distancia entre ambos cuellos de sus interlocutores.
— ¿Estás ahí? —el otro habló.
— A Sonia le gustan los cuellos. —ella musitó.
— ¿Mande?
— Siempre se posa, muy comodina ella, en el hombro, rercargándose en los cuellos como si se tratase de un viejo árbol.
— No comprendo...
— Ella es así, si mi cuerpo fuera un mundo Sonia viviría en él, quizás por eso siempre se me va.
‹‹ …sólo un par de horas a la semana… ››
III
Ellos no estaban, sólo tu hermana, dormida. Hay un minuto aislado después de la medianoche en donde el tiempo deja caer su arena de manera irregular. La una se tornaba las cuatro con cada click. Te levantaste de tu silla, no sin antes apagar el ordenador con una presición autómata increíble.(Todos tenemos un ritual antes de escurrirnos en nuestra muerte cotidiana; el tuyo no ha cambiado en varios años). Mina se durmió con la luz prendida y no la culpas pues también te cuesta conciliar el sueño si estás a solas —aunque te moleste ver la habitación llena de arena al ponerte la pijama—.
‹‹ Mi cuerpo no es un trazo de la creación… ››
El sopor llegaba parsimonioso; niebla de las verdes montañas. Como controlada por un par de hilos en tus extremidades, posaste tu dedo en el interruptor y mataste al sol. Pálida luz, lunar; reflejo del cristal, tu cama: campo de batalla del sueño y la vigilia. Contemplándola recordaste que caminabas por el crucero central, la hora pico de la mañana, con tu cabeza inclinada y vista hacia el suelo. (Una mujer en este país debe aprender a difuminar los rostros, a distorsionar las lenguas sedientas de secreciones femeninas). El sube y baja, tus pies arrastrándose en la acera ahora flotaban encima del comal asfáltico. Una dulce inercia te obligó a escrutar los ojos de la ciudad, todos posados en ti bajo ojeras carmesí, caras esqueléticas, semblante esquizoide. Parpadeabas frenética y todos perdían sus rostros otra vez; la calle, el cielo y los edificios mutaban en un túnel que se prolongaba en lontananza. Allá un señor se derretía en una banca esperando el camión de los helados; un solitario árbol manco pedía ayuda con su voz agonizante y sus sílabas se derretían. Todo se derretía.
IV
‹‹ …todos somos garabatos, garrapatos en el bosquejo de algo que parecía una buena idea. ››
‹‹ …todos somos garabatos, garrapatos en el bosquejo de algo que parecía una buena idea. ››
Esa cama impávida te esperaba en la penumbra y de sus bases de madera salió una rayita, como de fibra, más gruesa que un cabello de los indios. Y luego otra, y otra. Algunas líneas se prolongaban y se enredaban en sí mismas. No se mantenían estáticas, se movían entre convulsiones y espirales, bajaban del techo y… No se arrastraban, ni volaban, acaso flotaban y se multiplicaban y jugaban con sus millones de patas y…
Prendiste la luz, pero seguían jugueteando. De la cama, el techo, las paredes hacia la cocina, la sala, el baño; una se metía entre los bucles de Mina quien no se despertó a pesar de que pegaste tremendo grito.
Se fueron. Cada vez que te armabas de valor para apagar la luz, regresaban. Así se repitió la faena hasta el amanecer.
V
Cada rayo de luz es miles de alfileres buscando tus ojos y rebotan violentamente al estrellarse contra tus gafas. Y otra vez el crucero, las caras que son dedos señalándote, el hombre esperando en su banca y el hombre-árbol pidiendo una moneda.
La piedra ha tocado el fondo, haciendo ondas en la retina. Alguien te dio un manotazo en la crisma y te tiraron a las arañas.
‹‹ Pinche Sonia… tenías tantas ganas, ahora sabes lo que es morirse. ››
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