2010-02-05

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PRECEDIENDO LOS SESENTA, uno va transitando con la mirada hacia el porvenir y se la vive viendo un andador, el edificio al que está próximo, las párticulas rocosas a los pies del inmueble, el contraste de indigo y ocre, la arena infinita, las aguas verdecinas que la besan, el ojo que calma su sed en el mar, el muelle de prolongación invisible, otra vez el infinito, mismo lugar, diferente plano: rojizo y ocre, un par de rostros, lo que pudo haber sido un rascacielos y el viento soplando suavemente en un andador...

Con la mirada hacia el porvenir se siente que, entre tanta rutina, uno empieza a dirigirse hacia la salida, una que se va inclinando suavemente hacia un costado. Cuando va saliéndose de la monotonía, al lado del uno se encuentra el otro quien, titubeando un poco en el umbral del sendero, se encamina hacia la circunferencia reiniciando un cíclo tan parecido pero a diferente sol o luna. Nunca estamos de acuerdo porque cuando yo salgo del reloj vía la tangente tú te adentras en él para marcar los segundos, o cuando ella está regresando sobre sus pasos en ese cul-de-sac él ya marcha por el lindar de la intersección.

Total que nos la vivimos calculando cuándo y dónde estaremos haciendo hoyo o surco para nuestro monumento o tumba.

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