Encerrado tuve la libertad de poder leerte y pensar lo que he para ti he sido. Lo he pensado, más de una vez. ¿Qué soy yo ante tu esquiva mirada? Cuando pasas, inconsciente de mí, platicando con tu séquito, cuando caminas con los ojos en un punto intermedio del horizonte, cuando sonríes, cuando te pones máscaras que no logran consumirte, cuando te examinas ante tu plural reflejo, ¿qué soy yo sino un figmento del más recóndito recoveco de tu memoria? Algo que se vuelve tangible sólo cuando, de pronto, aparezco enfrente de ti para saludarte, para intercambiar unas palabras trémulas y después desaparecer; atónita siempre tú ante mi proceder. ¿Te incomoda? ¿Te aflige? ¿Te llena de incertidumbre ensayar el reconocimiento de mi rostro? Quizá no importa, porque mi presencia es fugaz como esa transición del sueño a la vigilia. Y es que, disculpa la falta de tacto, pero debo decir que vas como poseída por algún espíritu del telón, en tu rostro, tras escasos instantes en los que te das un respiro y segundos para contemplar el vacio, parece dibujarse con los colores de un tormento solemne. Incluso, cuando cambias de piel, no veo tranquilidad en tu faz sino una duda que arremete siempre que dejas de jugar al histrión. Ha de ser el cambio de clima, el calor y la canícula que se aproxima...
Con la amenaza de que el sol derrita mis palabras al vuelo, dejo un hilito de su escencia sobre el asfalto... Me pregunto: ¿qué hay de mi voz? Otro fenómeno poco recurrente, un eco indistinguible que al contrastarlo con el resto de voces que han formado parte de tu acervo sólo acrescenta el desatino. Porque, también lo pienso, habrá alguna de ellas, matizadas voces, que te haya susurrado dulces notas en los oídos, que la piel te haya rasgado con sus garras mordaces, que una lágrima depurado haya con sus vibraciones, que una risa pudiese haberte fabricado con su solfeo jocoso. Es válido pensarlo y logro decirme que quizá nada de eso sea verdad, que así como yo concibo estas ideas tras un trago de soledad, tú por igual bajes a las grutas de tu pasado y me saques del oscuro rincón y me digas todas esas cosas que siempre me quisiste decir:
-Abstente ya de tirar rosas al palco.
-Yo no sé qué eres.
-Tengo tanto miedo como tú.
-Dormir, comer, viajar, actuar, eso es lo que me interesa.
-Sonrío porque olvidé cómo hablar.
-No formas parte de mi mundo, entiende.
-No es que no me interese, es que mi vida está en el escenario...
Y me da gusto que me estrujes estas venas flacas que tengo por pellejo, porque me cortas la circulación, la respiración, y se me sube la presión y se me salen los ojos de sus cuencas y los puedo tomar con estas dos manos para escudriñar qué es eso que te niegas a mirar...
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