—Si vieses ese juego te morirías de miedo.
Pon otro en el dorso de mi mano.
—Te lo juro, es terrorífico.
Ya no se mueven; siento sus diminutas escalas raspar mi piel.
—Uy, ¿y qué les pasó?
¿Qué hay allá? ¿Y si faltamos esta barrera sin reja? ¿Y si te vas conmigo a las entrañas de la tierra?
—Me muevo mucho porque hace frío.
Recordaré este momento y le quitaré imperfecciones a tu rostro, si es que tuvo alguna.
—¿Miedo? ¡No! ¡Cómo crees!
Te pondré años, te los quitaré; no sé, incluso cambiaré los matices de tu voz.
—¿Para qué los quieres en mi mano? ¿Los vamos a enterrar?
Un molde diferente cada vez que conjure tu nombre...
—No te rías. No, no me los pondré en mi palma.
Transparente como los pescaditos...
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