2010-11-18

Aquí entre nos...

El día en que descubrí mi cuerpo, estaba al lado de un alma hecha añicos. Recuerdo que sólo sonreí como un niño que, exhausto de jugar, toma sus juguetes, los guarda y se dispone a tomar una siesta. ‘¡Qué susto!’ me dije ‘Menos mal que no han sido mis huesos pues esos ya no tienen más que el remedio del fuego y la ceniza. Mientras los tenga, significa que podré ir a dormir. Si puedo dormir, puedo soñar y como mi alma está hecha de sueños sin duda la podré reparar.’ Con esto dicho, cerré los ojos y perdí el peso de un aliento.

En un rincón de mi cuarto, un reloj de arena era el marcapasos.

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