El día en que descubrí mi cuerpo, estaba al lado de un alma hecha añicos. Recuerdo que sólo sonreí como un niño que, exhausto de jugar, toma sus juguetes, los guarda y se dispone a tomar una siesta. ‘¡Qué susto!’ me dije ‘Menos mal que no han sido mis huesos pues esos ya no tienen más que el remedio del fuego y la ceniza. Mientras los tenga, significa que podré ir a dormir. Si puedo dormir, puedo soñar y como mi alma está hecha de sueños sin duda la podré reparar.’ Con esto dicho, cerré los ojos y perdí el peso de un aliento.
En un rincón de mi cuarto, un reloj de arena era el marcapasos.
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