2012-04-30

Un lenguaje...

Mi novia se durmió mientras le contaba el pesar que traigo desde hace ya algunos meses y está bien porque a su favor puedo decir que si ella me empezase a hablar sobre acabar con la civilización cuando es media noche y todo el día me la he pasado trabajando lo más probable es que mi cerebro también diese orden de irse a dormir. Es justo y necesario que todo mi ser intervenga para morirse un rato mientras se habla y se vive la muerte a cada instante. Y mientras escucho ese leve susurro que es su respiración me viene a la mente el sonido de las hojas que navegan con el viento, hojas de un árbol domesticado, es decir, un árbol de un parque que está a escasos kilómetros de la zona industrial de la ciudad. Y después pienso en su voz que a veces suena como el canto de una ave cuyo nombre no conozco pero me es tan familiar y es verdad que a veces suena como el gruñido de un oso acorralado cuyo tedio y desdén he vivido, a distancia, cuando vi a uno en el zoológico de San Diego. Y luego imagino que en sus venas corre la sangre como un río, pero un río limpio, cristalino, lleno de peces cuyos nombres tampoco conozco y, a decir verdad, ni siquiera conozco los ríos o, bueno, sí conozco uno, me he acercado un poco mientras manejo sobre la Vía Rápida, pero sus cauces son de concreto y la vida ya fue drenada de sus aguas. Río Tijuana le llaman y me pregunto cómo se vería hace algunos siglos y qué de criaturas vivían en sus corrientes que llegan hasta el mar. Y luego veo su vientre que sube y baja como la marea y esta vez me siento un tanto contento por que al mar sí lo conozco de buenas a primeras y ése es el que más se resiste al paso del drenaje de los años. Y luego su respiración es como un silbido, algo así como la letra larga y extendida que pronuncian las olas a medio día. Y luego me doy cuenta que no puedo dormir porque en mi boca tengo un desierto que ya ha olvidado lo que es la lluvia. Necesito levantarme porque en mi pecho hay un incendio como en el centro de un bosque y mientras tomo agua para apagarlo me doy cuenta que sí he estado en uno, en un bosque, de noche caminando, sus árboles tan altos y frondosos que apenas veía la luz de la luna y las estrellas y sin embargo todo era tan claro en el sendero. Tantos árboles y no sé ni como se llaman porque de mi vocabulario y experiencia sólo reconozco que son árboles, árboles entre otros árboles y que no son más ni nada menos que árboles. Y en esos troncos viven seres que he visto en mi universidad, ardillas, quiero creer, aunque esa única vez que estuve en el bosque jamás vi a una de ellas pero sé que entre la vegetación se albergan otros tantos animalillos cuyos nombres también ignoro e insectos que ni he visto en mi vida, ni siquiera sé que hacen en este día, ni que es de su existencia o si acaso he pisado alguno mientras ando pensando qué haré hoy para ganar unas monedas y ganarme el pan de cada día. Ahora que estoy de frente a esta pantalla, escuchando el ventilador del procesador, mis ojos viendo cómo aparecen las letras y mis dedos tamborileando cada tecla, me doy cuenta que lo único que conozco son estos muebles, estos libreros que alguna vez fueron árbol, esta botella que tiene agua que fue alguna vez un río, esta chamarra que alguna vez fue un animal… Pero no sé de dónde vino lo demás, quienes – no qué, jamás qué sino quiénes – murieron para que yo pudiese escribir que no puedo dormir y que me tiene ajetreado el saber que cada hora que uso de electricidad es una llaga más en la atmósfera, cada descarga de mi inodoro es más mierda en el mar, cada baño caliente sobre mi cuerpo es una fractura más en la corteza de la tierra, que cada una de mis acciones en esta ciudad polvorienta equivalen una vida menos en este planeta y que yo me limite en mis usos o que limite los años que me queden de vida no cambiarán nada porque estoy aquí sentado escribiendo en lugar de acabar con todo esto, es decir, acabar con los directos responsables de este fiasco que no son sólo yo, ni tú, ni toda una nación sino la misma civilización. Ahora me dispongo a regresar a la cama y aprender a amar y proteger a esta hermosa mujer que está en mi cama, y aprender a amar y proteger a estos gatos que duermen junto a ella, aprender a amar y proteger a las personas, mi familia, que viven en este hogar, aprender y a amar a esta tierra porque quiero regresarle todo lo que hemos tomado porque, a estas alturas, ya no tiene nada más que concreto y smog para ofrecerse, quiero aprender a amar y proteger todo lo que nos nutre y nos alberga. Pero ahora sólo puedo intentar dormir, un poco aunque no sea nada porque mañana hay trabajo, vuelvo a la vida civilizada, a la rutina, a la esclavitud asalariada, una esclavitud milenaria sin cadenas y quizás cuando acabe mi jornada haya más tiempo para luchar, para cambiar, para sacrificarse y que mis hermanos y hermanas de otras especies así como mi misma especie tengan donde vivir y prosperar. Pero para poder hacerlo tengo que buscar, encontrar y entender ese lenguaje, el que todos los seres entendemos, el que me llama, el que me incita y me recuerda quién soy y por qué estamos aquí.

 (Busco un lenguaje más viejo que las palabras…)

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