2012-06-18

Celunizas

Me disponía a escribirte y no pude más que lo que acabas de leer. A pesar de que me resultó agradable el producto, me sentí un tanto derrotado pues había logrado un poema –disculpa mi pretensión al calificarlo como tal– mas no un mensaje sobrio y directo. Y justo cuando iba a dormirme, me detuve como quien ha visto su objetivo en el horizonte. ¿Por qué he escrito eso? Me cuestioné, y de inmediato pensé que valía la pena dar con la respuesta. Así llegó a mí una miríada de memorias, imágenes, collages de tinte onírico, voz de matices varios, suaves y eufónicos en su mayoría. Después ciertas esencias tenues me intoxicaron lentamente para brindar textura a esta visión. Ya a punto de abarcar la esquiva razón de este ejercicio no tuve más remedio que detenerme. Seguir, pensé, y llegar al extremo de sentirlo y probarlo daría aval a que yo cayese víctima de eso que, en definitiva, sólo ha sido una idea maliciosa merodeando en mi cabeza. Entonces, fue cuando unas palabras empezaron a formarse, una tras otra así: Yo siempre veo hacia la mar y pienso en ti en tiempo de olas, tiempo sin luz ni memoria…

Me detuve de nuevo, lo juro, porque estaba seguro de que esto sólo iba a empeorar las cosas. Fue inútil, las siguientes no tardaron en venir sin siquiera darme tiempo para refutarlas.

Porque mi afecto por ti es como el oleaje al encuentro de la arena, a veces resaca y a veces flujo pero siempre constante.

¿Vale la pena decirse ? ¿Vale decir que da pena?

Cuando estoy contigo el tiempo deja de ser relativo.

Al parecer muy dentro de mí, alguien me dice que sí.

Tú no puedes ser más que una extensión de mis labios. Tú no puedes ser más que mis brazos deseando ser ajenos.

Se iba materializando la razón que tenía rostro. Su faz una respuesta. Pero recordé que tener las respuestas no significa que uno pueda con ellas...


He muerto tantas veces que ya va siendo hora de que me permita nacer.

Ésta es la parte donde uno piensa hasta lo imposible. Donde uno puede creerse todo. Donde uno está más vulnerable.


Tú ya has de estar durmiendo. Voy hacia tus sueños.

Sólo quería saludar y luego desaparecer...

Mes yeux ont changé là où la vie a changé.

Pero ese tipo de cosas no las dice un amigo. Por eso callo, y al callar sigo hablando.

Me intriga cerrar los ojos porque a veces pierdo la certeza de si lo hago para dormir o para morir.

Y con ese último pensamiento me fui a dormir porque eso sí se espera de los camaradas: pequeñas verdades y no discursos sobre sentimentalismos.


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