Nací, no por gracia divina, sino porque la mano de un hombre, cuyo rostro olvidé, diseccionó el vientre en el cual flotaba a la deriva mientras mis caliginosas manos se ceñian del cordón de mi vida que, por estar enredado en mi cuello, también se torno en un símbolo de mi muerte. ¿Era yo el que pensó que mi existencia no era necesaria o acaso fui uno de esos errores que la naturaleza quiso enmendar?
(Si hay un Dios quizás se quiso deshacer de mí, pero ahora que vivo nada puede hacer, por eso del libre albedrío).
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