2009-11-21

Nocturnas

I

Sin poder situarnos, de aquí partimos al sonido de las olas de la nocturna playa, su vaivén incesante, la antorcha por encima de la paja, un círculo de personas celebrando un natalicio, bebiendo el ámbar amargo, inhalando, uno que otro, la humareda de prados al rojo vivo. No se cuida uno de los demonios que rondan en el hueco del cráneo, en los intestinos grises hay chispazos y sustancias químicas que van siendo algo menos que un caldo de sesos. Y todos ríen, besan, se dan palmaditas en las posaderas, fornican por horas cuando son minutos.

Entumecidos los cuerpos se dejaron arrastrar por remembranzas vagas y socarronerías, atados sus miembros por finos hilos de ociosidad. Separados en diferentes núcleos, transgrediendo sus composiciones sólo para reintegrarse a su estado original, esto de vez en cuando, y así progresivamente a través de los tiempos.

Ella corre, con un ardor en la entrepierna, alfileres en las cuencas, con los pies sobre el empedrado, luego arena, ella con la frente hacia el azul marino, infinito, que se tiñe color nube. Algo corre detrás de ella, y ve una silueta, se adentra en una calle estrecha, hacia donde los navios naufragan. Corre por la playa, dejando huellas que la luna ilumina, que las espumas borran, y de la vista empañada por el rocío ni quién se fíe.

‹‹¡Déjala correr! Barquito de papel ¡se ha de perder! ››

II

Vamos a jugar a que nos amábamos...
Empecemos por sacarnos el alma a suspiros y quitémonos los sexos que no hacen más que marginarnos. Agarremos nuestros cuerpos, pongámoslos frente a frente. Déjalos que se saquen la ceniza a cachetadas mientras nuestras ánimas bailan un vals hasta la marea.

‹‹Que se las traguen los negros labios: la noche, la mar; entre sus pliegues, en su vulva: la luz, el alba››

Sácale ríos a tus ojos, échalos en la pileta, ponle pétalos de girasol para que se añejen. Corta la vid de mis venas para refrescarnos con estos dos cristales, vierte la pileta en el cauce de nuestra memoria, pero no olvides verter la copa de tus despojos para completar el ciclo al siguiente día.

Así jugamos a que nos amábamos...

III

Espectro de la vereda que diáfano te vistes de seda, ¿qué te afligue? Te pregunto porque tu cara mitad Helena, mitad Catrina, se contrae en una mueca, en gesto de los que se supieron a solas en compañía. Tu canto va y viene, en cúpulas vacuas se sostiene: "en la vida y en la muerte todo ojo se retuerce". ¿Por eso a ti acuden? ¿Piensan, acaso, que, como ellos, eres víctima del despecho?

Brazos de élice, danza de los planetas, rápida y violenta, quizá vueles hacia las estrellas si no estuvieses tan plantada a la tierra. Sólo boca arriba ve uno mejor a Orión y Artemis que nos arrullan con su trágico romance y le dan empellones al silencio tácito de nuestras confusas masas.

No hay comentarios: